jueves, 11 de septiembre de 2008

El primer pie en Perú

En el mercado de Arequipa se venden tomates, sombreros de paja y fetos de llama. Hemos llegado a Perú. Y todo son preguntas.

-¿Para qué los utilizan?
La misma mujer que hace un momento nos ofrecía hojas de coca nos explica que estos fetos disecados se compran para realizar el pago a la Pachamama, una especie de ofrenda a la Madre Tierra para que provea bienestar. En realidad, es sólo una parte del pack, que incluye otros productos a nuestra disposición en la misma parada, sólo que menos impactantes.

- ¿De dónde viene esa tradición?
En el museo de Arequipa que alberga a la momia Juanita, una guía -que desconocía la oferta de fetos de su propia ciudad-, nos explica que los Incas ya hacían entrega de llamas a la Pachamama y nos invita a pensar que ambas prácticas están relacionadas. Aunque ellos, además de llamas, ofrecían niños, por ejemplo, como medida de antierupción volcánica. De hecho, Juanita (que debe su precioso nombre al de su descubridor, John) fue una de esas niñas, de familia noble y escogida entre algunos otros para subir a lo alto de las montañas (más de 5.000 metros), ser entregada y pasar a convertirse en diosa en la próxima vida, la que vendría después del golpe en la cabeza recibido bajo los efectos de la chicha en un estómago que no había ingerido nada en las últimas ocho horas.

Resulta difícil de creer que se puedan conseguir tantos detalles a más de 500 años de distancia, de hecho el pensamiento de que algún narrador adornó el relato cruza a menudo por mi descreída mente, pero, aún así, no deja de fascinarme. Y, con el impulso de una náusea, otra pregunta: ¿existe la crueldad sin intención? Probablemente.

Pero hay otra revelación en todo esto, la historia que yo creía remota, la de una civilización perdida con la ayuda de otras crueldades (digamos que cargadas de intenciones adjuntas), no lo es tanto. En las montañas, en múltiples comunidades ha pervivido y evolucionado parte de esa cultura. Los que recibieron el legado siguen vistiendo telas de múltiples y electrizantes colores, la Tierra sigue siendo Madre y el cordón umbilical de sus hijos se sigue conservando para ser hervido, y con el agua, darles de beber para acelerar su curación cuando están enfermos. Eso sí, ahora la abundancia cromática y las cenefas no están restringidas a la nobleza, las llevan en las ciudades mujeres más bien ancianas, y, en algunas islas, como Amantaní (en el lago Titicaca), todas las mujeres. Ya sea para transportar ovillos de lana, ladrillos o bebés sonrientes, tratados, en todo lo que vemos, con mimo. Sí, este Perú existe y deslumbra.

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