lunes, 23 de diciembre de 2013

Lanzarote: el interior de la Tierra al descubierto


Escribo desde el interior de una cueva, un túnel volcánico embellecido hasta lo habitable. Dentro conviven la piedra negra y porosa, los cactus, una cafetería con música relajante y un lago con cangrejos autóctonos, de color claro y perfectamente visibles a pesar de medir poco más de un centímetro a través de un agua extremadamente nítida. Es nuestro cuarto día en Lanzarote, estamos en los Jameos del agua y Max (1) duerme.

Desde que llegamos no hemos dejado de sorprendernos ante escenarios de un surrealismo mágico, no surrealismo a secas, no realismo mágico. Montañas casi rojas de las que se desprenden ráfagas de luz, otras casi negras sobre las que se dibuja con toda precisión el perfil de cada nube en un acelerado movimiento, entre ellas una explanada interminable de roca oscura, el vómito petrificado de las entrañas de la tierra acumulado a trompicones. Es un paisaje que conmueve, como conmueve ver a alguien sincerarse, poner a secar su interior al sol tras una explosión incontrolada, de lágrimas o lava. Lo que queda fuera es inesperado, único, formas tejidas de improvisación, de ímpetu, de una verdad inasumible en soledad, una verdad que necesita compartirse, comunicarse en enrevesadas formas estéticas.


¿Qué hacer en la isla? Además de mirar esta guía de Lanzarote para un primer acercamiento, éste es un buen menú para cinco días (sin que os pueda la prisa):

Disfrutar de los colores y las formas que adopta la costa en Los hervideros, al sur de la isla, y abrir la boca ante la fuerza con la que el mar explota en espuma al llegar a las estrechas columnas de roca. 

Muy cerca de Los hervideros, visitar el famoso lago verde de El golfo, a no ser que Hollywood se haya desplazado hasta allí a rodar. Fue nuestro caso, Ron Howard ocupó el espacio durante una semana para gravar In the heart of the sea. Un plan B family proof fue disfrutar como niños en un parque infantil con vistas al mar y a las montañas de fuego. El lago verde, asunto pendiente para un próximo viaje.

Pasear las orillas de Puerto del Carmen, admirando mar y volcanes, llegar hasta el embarcadero y descubrir las casas abocadas al agua con sus jardines de cactus, escaleras blancas y pequeñas barcas y hasta un radio cassette apuntando al paseo quién sabe con qué vocación.

Acercarse a Yaiza, en coche o caminando, por ejemplo desde Uga, atravesando uno de los tramos de los caminos naturales de Lanzarote (GR-131) y, ya en el pueblo, descubrir la belleza inesperada de un lugar como La Era, en la que intervino la mano de César Manrique, artista autóctono, omnipresente como el negro de la tierra y el blanco de las casas bajas de la isla. 

Ir hasta Tías y sorprenderse con los recovecos en los que crece la vid en La Geria. ¿Con qué mimo fue realizado cada hoyo en la tierra negra (en el lapilli o, mejor dicho aún, en el picón)? ¿Con qué paciencia fue rodeada cada cepa por un pequeño muro de piedra que la protegiera del viento? 

Caminar desde el cartel de Tías en la frontera con Tinajo hasta el interior de un cráter y no dejar de mirar alrededor.



En la otra punta de la isla (al norte), se puede conocer Haría, comer en Arrieta mirando al mar (el restaurante Amanecer no nos decepcionó) o escribir en la cafetería de los Jameos del agua, en los que también ha intervenido la mano de Manrique. Visitar la isla vecina: La Graciosa, a la que se puede observar previamente y en las alturas desde El mirador del río. 

Pero sobre todo y siempre hay que conocer Timanfaya. Si puede ser previo paso por el centro de interpretación de volcanes, si no, de todos modos Timanfaya, sin prisa, parando el coche en la zona de la que parten los camellos, regodeándose en las vistas que hallarás hasta allí y en las posteriores, admirando desde cualquier lugar posible Las montañas de fuego que emergieron durante seis años del interior de la tierra, empezando el 1 de septiembre de 1730 y devastándolo todo para crear una realidad nueva, una fisonomía reinventada que daría lugar a lo que hoy es la isla, espectro de colores inverosímil en el que la luz se deleita mañana y tarde de este verano interminable en el que viven los canarios.